El gigante asiático, un país que en su día continuó su apertura al mundo gracias a la llamada "diplomacia del panda", se ve ahora agasajada con caballos de pedigrí regalados por naciones que quieren que Pekín las mire con ojos más amables.
El centro neurálgico de esa "diplomacia del caballo" en China, que no tiene su sede en el Ministerio de Asuntos Exteriores ni en ninguna embajada, puesto que ni siquiera está en Pekín, vive estos días una actividad más intensa de lo que acostumbra.
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